
El cruce en la aduana fue rápido. Para salir de Chile: mi identificación, llenar un papel y listo. La bicicleta da lo mismo. Luego, en la aduana Argentina, lo mismo. De hecho ni siquiera vieron mi bici, que estaba tirada afuera.
Desde la aduana en adelante, puro ripio, pocas pendientes, nada de cordillera (la cual está casi toda en el lado chileno), tremendo y ardiente sol, nada de nubes ni árboles que den sombra.
Al poco andar me cruzo con tres ciclistas: dos franceses y un argentino. Los franceses viajaban en bicicletas adaptadas para ir acostado. Me comentaron que varios kilómetros atrás venía un amigo de ellos.

Luego de ello, el sol empezó a matarme, y lo peor es que en el lado argentino no hay donde conseguir agua. Hay arroyos, pero todos tienen cerca casas que hacen sospechar de que el agua pudiese estar contaminada.
De pronto llegue a una pequeña villa llamada Los Cipreses, un pueblito de campo como con 20 casas, allí había un almacén donde me compré una de las cervezas que más he disfrutado en la vida.
Siguiendo mi camino, luego de un rato me topé con el francés que venía tras sus amigos. A continuación el intenso sol no daba tregua, yo creo que habrían unos 40 °C, no recuerdo haber nunca sentido tanto calor.

Lo primero que hice al llegar a Trevelín fue preguntar la hora y comprar un jugo. Eran cerca de las 16 horas, igual que en Chile. Trevelín tiene supermercado, hospital, restaurantes, pero no tiene alojamiento, salvo que uno arriende una cabaña. La opción es el auto camping que todo el mundo conoce. Buen lugar, con baño y duchas.
Almorcé en un lugar llamado Fonda Sur. Ya había pasado la hora de los almuerzos pero me cocinaron un plato al instante. Luego, a recorrer Trevelín. De pronto, un sujeto me ataja en la calle. Se trataba de un ciclista llamado Juan, abogado argentino que estaba acampando para partir mañana hacia Chile en su bici. Quería llegar a Chaitén para navegar desde allí a Puerto Montt. Conversamos un rato y nos despedimos.
En Trevelín hay una “bicicletería”, que es un taller de bicis y tiene lo necesario para reparar emergencias. Lo interesante es que en la bicicletería tienen un libro donde viajero en bici deja un mensaje. Me invitaron a dejar el mío, y por supuesto no pude negarme. Este libro estaba lleno de mensajes de ciclistas de todo el mundo.
Más tarde, en el camping, me instalé y prepare todo para pasar la noche. Al poco rato comenzaron a llegar más personas, pero que viajaban en auto. Todos eran argentinos, y lo extraño es que nadie saludaba, es más, como que a uno lo ignoraban. Nadie conversaba con nadie. Cada uno en su mundo. Conforme se acercaba la noche el camping se llenaba más y más. Al rato llega Juan, el abogado ciclista, y conversamos largo rato sobre nuestros viajes. Algo que me llamó la atención es que todos los argentinos queman algo para cocinar, yo era el único con cocinilla a gas. Luego… a dormir.
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