Llegué a Puerto Montt a eso de
las 9 de la mañana. De inmediato todos fueron a retirar su equipaje, pero yo
esperé hasta el final para retirar mi bici, las alforjas, el saco y la carpa,
mientras ya estaba listo con mi atuendo de ciclista y respondía preguntas de
pasajeros curiosos por verme vestido así y con el casco de ciclista puesto,
preguntándome hacia donde me dirigía. Al retirar todas mis cosas me aparté
hacia el andén. Al lado del muro comencé a desembalar y armar mi bicicleta a toda
máquina, como si fuese una carrera. En medio de eso se me acercó un curado a
buscar conversación, pero poniéndome choro lo corrí al tiro. Luego de ello
monté las alforjas y amarré el saco y la carpa. Cuando ya estaba todo listo
boté la caja en unos conteiner de basura que había tras unos buses al otro lado
de la loza del terminal. Entonces, inicié mi viaje pedalenado lentamente desde
la avenida que recorre la costanera de Puerto Montt. Al poco andar noté
problemas en el freno delantero. Estaba muy corto, pero funcionando y pensé que
tal vez le entró aire o algo. Lo bueno fue que más tarde con el uso se fue
normalizando pero no del todo. Al llegar a la plaza de Puerto Montt me encontré
con una pareja de mochileros, habían llegado recién y estaban conociendo. Me
preguntaron por el cruce del Canal de Chacao y otras cosas y me contaron que
unos flaites (apodo para personas de aspecto y conducta delincuencial) les
habían querido quitar su cámara de fotos en cuanto llegaron. Después me puse a
pedalear decidido a dejar Puerto Montt, mientras pensaba mil cosas.

Aún me podía arrepentir y tomar un bus a Calbuco u otro pueblo cercano a visitar a amigos y parientes. Aún no podía decirme a mí mismo que me había atrevido a hacer el viaje… debía dejar la ciudad, debía internarme en la Carretera Austral.
La temperatura era baja, inferior a unos 10 °C, estaba parcialmente nublado y soplaba el viento. Hacia la carretera, las nubes estaban bajas y tocaban los cerros, pero hacia el mar estaba despejado y se podía ver el cielo azul. Me interné finalmente en la Carretera Austral, mientras iba tomando un ritmo de pedaleo y mi mente se escapaba pensando en qué me tocaría vivir los próximos días.
Pasado Metri, me encontré con una pareja de ciclistas de Canadá, muy
cargados, con carros, pero mi mayor sorpresa fue cuando vi en uno de los carros
un niño de unos 5 años. Tremenda aventura la que acababa de iniciar esta familia. Conversamos un rato,
y me invitaron a acompañarlos a comer en la playa. Compartimos unos Mantecol y
unos sandwichs. Me contaron que planeaban llegar a Villa O´Higgins, pero su
viaje sería lento, de hecho ya estaban pensando que era suficiente andar para
ser su primer día, así es que me despedí de ellos y continué mi viaje.
Lamentablemente olvidé sus nombres.
Los dejé atrás, y conforme pedaleaba el
camino se volvía silencioso y solitario, el miedo y la nasiedad con la que
había partido desaparecían de a poco y me sentía cada vez más parte del lugar,
mi confianza aumentaba, respiraba profundo y me sentía absolutamente libre.
Hasta ese punto mi andar había sido tímido y silencioso, pero mi felicidad ya
no se podía esconder. Pedaleaba con una sonrisa enorme, y como todo el mundo
que pasaba en auto o gente frente a casas rurales me miraba, comencé a
saludarlos a todos. Descubrí que todos quieren interactuar con el ciclista y su
locura.
Antes de llegar a Caleta La Arena, recargué una de mis caramagiolas en una caída de agua que salía de una roca cortada a un costado del camino. Este es un punto bien interesante de comentar. En general, en la carretera es común encontrar caídas de agua provenientes de partes altas de los cerros, totalmente pura y cristalina. De hecho, los tramos internados en las partes bajas de los valles son los que tienen menos agua para beber con confianza, pues los cursos de agua van en forma de ríos y en algunos casos hay viviendas cercanas que hacen pensar que pudiese existir alguna contaminación. Recomiendo abstenerse de tomar agua en esos lugares y recargar en caídas de agua, que hay por cientos.
Al llegar a Caleta La Arena tenía la intención de almorzar en un restaurante
que me sugirió un colega, cuya especialidad eran las empanadas de mariscos.
“Coma rico y viaje contento” decía el letrero, pero mientras me acercaba siento
la bocina del transbordador sonar, el cual se aproximaba a tocar tierra. Mis
ganas de seguir eran tantas que me salté el restaurante y me embarqué en el
transbordador en seguida.
Este tramo por mar es corto, dura cerca de 30 minutos, y hay transbordadores cruzando todo el día cada media hora (creo). Para mi sorpresa, el transbordador que abordé era el Cai Cai. Durante mi infancia crucé muchas veces el Canal de Chacao en esa barcaza y todavía sigue viva. No recuerdo muy bien el costo, pero era algo cercano a los 2000 pesos por cruzar con bicicleta, o creo que ni me cobraron… ya no recuerdo.
En este punto, cruzar el Estuario de Reloncaví hacia Caleta Puelche es una barrera sicológica importante. Llevaba más de 20 km pensando si estaba bien lo que estaba haciendo (de hecho la mayoría de mis amigos y familiares me dijeron que era una locura), pensando si acaso sería capaz, que aun podía parar y volver, etc. Por ello, llegar al otro lado del estuario era una meta inicial importante. Da la sensación de no poder volver, de haber dejado definitivamente Puerto Montt, de haberse atrevido a comenzar el viaje. Sólo desde ese momento sentí que lo había hecho, que me había atrevido y que ahora si la cosa era en serio.

Aún me podía arrepentir y tomar un bus a Calbuco u otro pueblo cercano a visitar a amigos y parientes. Aún no podía decirme a mí mismo que me había atrevido a hacer el viaje… debía dejar la ciudad, debía internarme en la Carretera Austral.
La temperatura era baja, inferior a unos 10 °C, estaba parcialmente nublado y soplaba el viento. Hacia la carretera, las nubes estaban bajas y tocaban los cerros, pero hacia el mar estaba despejado y se podía ver el cielo azul. Me interné finalmente en la Carretera Austral, mientras iba tomando un ritmo de pedaleo y mi mente se escapaba pensando en qué me tocaría vivir los próximos días.

Antes de llegar a Caleta La Arena, recargué una de mis caramagiolas en una caída de agua que salía de una roca cortada a un costado del camino. Este es un punto bien interesante de comentar. En general, en la carretera es común encontrar caídas de agua provenientes de partes altas de los cerros, totalmente pura y cristalina. De hecho, los tramos internados en las partes bajas de los valles son los que tienen menos agua para beber con confianza, pues los cursos de agua van en forma de ríos y en algunos casos hay viviendas cercanas que hacen pensar que pudiese existir alguna contaminación. Recomiendo abstenerse de tomar agua en esos lugares y recargar en caídas de agua, que hay por cientos.

Este tramo por mar es corto, dura cerca de 30 minutos, y hay transbordadores cruzando todo el día cada media hora (creo). Para mi sorpresa, el transbordador que abordé era el Cai Cai. Durante mi infancia crucé muchas veces el Canal de Chacao en esa barcaza y todavía sigue viva. No recuerdo muy bien el costo, pero era algo cercano a los 2000 pesos por cruzar con bicicleta, o creo que ni me cobraron… ya no recuerdo.
En este punto, cruzar el Estuario de Reloncaví hacia Caleta Puelche es una barrera sicológica importante. Llevaba más de 20 km pensando si estaba bien lo que estaba haciendo (de hecho la mayoría de mis amigos y familiares me dijeron que era una locura), pensando si acaso sería capaz, que aun podía parar y volver, etc. Por ello, llegar al otro lado del estuario era una meta inicial importante. Da la sensación de no poder volver, de haber dejado definitivamente Puerto Montt, de haberse atrevido a comenzar el viaje. Sólo desde ese momento sentí que lo había hecho, que me había atrevido y que ahora si la cosa era en serio.


El sol seguía muy intenso, y a cada rato pasaban autos, buses y camiones que me llenaban de polvo. Es increíble como los vehículos en general no tienen ninguna precaución al pasar por el lado de un ciclista. Deben haber sido unos 30 vehículos en total lo que me pasaron, y solo 5 disminuyeron la velocidad al pasar por mi lado. El polvo no permite respirar bien así es que llevaba un buff puesto en la cara, además había que estar atento pues saltaban piedras que por fortuna siempre fueron a baja altura y solo golpeaban mis ruedas.

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