Sabado 12: Puerto Montt – Hornopirén (100 km)



Llegué a Puerto Montt a eso de las 9 de la mañana. De inmediato todos fueron a retirar su equipaje, pero yo esperé hasta el final para retirar mi bici, las alforjas, el saco y la carpa, mientras ya estaba listo con mi atuendo de ciclista y respondía preguntas de pasajeros curiosos por verme vestido así y con el casco de ciclista puesto, preguntándome hacia donde me dirigía. Al retirar todas mis cosas me aparté hacia el andén. Al lado del muro comencé a desembalar y armar mi bicicleta a toda máquina, como si fuese una carrera. En medio de eso se me acercó un curado a buscar conversación, pero poniéndome choro lo corrí al tiro. Luego de ello monté las alforjas y amarré el saco y la carpa. Cuando ya estaba todo listo boté la caja en unos conteiner de basura que había tras unos buses al otro lado de la loza del terminal. Entonces, inicié mi viaje pedalenado lentamente desde la avenida que recorre la costanera de Puerto Montt. Al poco andar noté problemas en el freno delantero. Estaba muy corto, pero funcionando y pensé que tal vez le entró aire o algo. Lo bueno fue que más tarde con el uso se fue normalizando pero no del todo. Al llegar a la plaza de Puerto Montt me encontré con una pareja de mochileros, habían llegado recién y estaban conociendo. Me preguntaron por el cruce del Canal de Chacao y otras cosas y me contaron que unos flaites (apodo para personas de aspecto y conducta delincuencial) les habían querido quitar su cámara de fotos en cuanto llegaron. Después me puse a pedalear decidido a dejar Puerto Montt, mientras pensaba mil cosas.


Aún me podía arrepentir y tomar un bus a Calbuco u otro pueblo cercano a visitar a amigos y parientes. Aún no podía decirme a mí mismo que me había atrevido a hacer el viaje… debía dejar la ciudad, debía internarme en la Carretera Austral.

La temperatura era baja, inferior a unos 10 °C, estaba parcialmente nublado y soplaba el viento. Hacia la carretera, las nubes estaban bajas y tocaban los cerros, pero hacia el mar estaba despejado y se podía ver el cielo azul. Me interné finalmente en la Carretera Austral, mientras iba tomando un ritmo de pedaleo y mi mente se escapaba pensando en qué me tocaría vivir los próximos días.

Pasado Metri, me encontré con una pareja de ciclistas de Canadá, muy cargados, con carros, pero mi mayor sorpresa fue cuando vi en uno de los carros un niño de unos 5 años. Tremenda aventura la que acababa  de iniciar esta familia. Conversamos un rato, y me invitaron a acompañarlos a comer en la playa. Compartimos unos Mantecol y unos sandwichs. Me contaron que planeaban llegar a Villa O´Higgins, pero su viaje sería lento, de hecho ya estaban pensando que era suficiente andar para ser su primer día, así es que me despedí de ellos y continué mi viaje. Lamentablemente olvidé sus nombres.

Los dejé atrás, y conforme pedaleaba el camino se volvía silencioso y solitario, el miedo y la nasiedad con la que había partido desaparecían de a poco y me sentía cada vez más parte del lugar, mi confianza aumentaba, respiraba profundo y me sentía absolutamente libre. Hasta ese punto mi andar había sido tímido y silencioso, pero mi felicidad ya no se podía esconder. Pedaleaba con una sonrisa enorme, y como todo el mundo que pasaba en auto o gente frente a casas rurales me miraba, comencé a saludarlos a todos. Descubrí que todos quieren interactuar con el ciclista y su locura.

Antes de llegar a Caleta La Arena, recargué una de mis caramagiolas en una caída de agua que salía de una roca cortada a un costado del camino. Este es un punto bien interesante de comentar. En general, en la carretera es común encontrar caídas de agua provenientes de partes altas de los cerros, totalmente pura y cristalina. De hecho, los tramos internados en las partes bajas de los valles son los que tienen menos agua para beber con confianza, pues los cursos de agua van en forma de ríos y en algunos casos hay viviendas cercanas que hacen pensar que pudiese existir alguna contaminación. Recomiendo abstenerse de tomar agua en esos lugares y recargar en caídas de agua, que hay por cientos.

Al llegar a Caleta La Arena tenía la intención de almorzar en un restaurante que me sugirió un colega, cuya especialidad eran las empanadas de mariscos. “Coma rico y viaje contento” decía el letrero, pero mientras me acercaba siento la bocina del transbordador sonar, el cual se aproximaba a tocar tierra. Mis ganas de seguir eran tantas que me salté el restaurante y me embarqué en el transbordador en seguida.

Este tramo por mar es corto, dura cerca de 30 minutos, y hay transbordadores cruzando todo el día cada media hora (creo). Para mi sorpresa, el transbordador que abordé era el Cai Cai. Durante mi infancia crucé muchas veces el Canal de Chacao en esa barcaza y todavía sigue viva. No recuerdo muy bien el costo, pero era algo cercano a los 2000 pesos por cruzar con bicicleta, o creo que ni me cobraron… ya no recuerdo.

En este punto, cruzar el Estuario de Reloncaví hacia Caleta Puelche es una barrera sicológica importante. Llevaba más de 20 km pensando si estaba bien lo que estaba haciendo (de hecho la mayoría de mis amigos y familiares me dijeron que era una locura), pensando si acaso sería capaz, que aun podía parar y volver, etc. Por ello, llegar al otro lado del estuario era una meta inicial importante. Da la sensación de no poder volver, de haber dejado definitivamente Puerto Montt, de haberse atrevido a comenzar el viaje. Sólo desde ese momento sentí que lo había hecho, que me había atrevido y que ahora si la cosa era en serio.

A partir de Caleta Puelche el paisaje cambia mucho. Al desembarcar se van rápidamente todos los autos, el silencio queda y uno se da cuenta de que está solo. La distancia entre zonas pobladas comienza a hacerse cada vez mayor, y la Carretera Austral comienza a mostrarse en su forma más pura. Lo lamentable de todo, es que los trabajos de mejoras y pavimentación de muchos de los tramos de la carretera avanzan cada día, y pronto estará todo pavimentado. Esto será muy bueno para las poblaciones locales, pues mejorará su conectividad, pero para quienes eligen este destino para pedalear, se perderá gran parte de la magia y del carácter indómito y desafiante de la ruta.

Un amigo perro se me acercó y me acompañó por casi 3 km. Hasta que no pudo seguirme el paso y se quedó atrás en una bajada en la que alcancé una velocidad que no podía desperdiciar. Pasé a almorzar a un restaurante en Contao. Eran cerca de las 15:30 horas. Ya no había nubes y el sol brillaba fuerte. Como una hora después reinicié mi camino, ahora quedaban como 50 kms para llegar a Hornopirén.

El sol seguía muy intenso, y a cada rato pasaban autos, buses y camiones que me llenaban de polvo. Es increíble como los vehículos en general no tienen ninguna precaución al pasar por el lado de un ciclista. Deben haber sido unos 30 vehículos en total lo que me pasaron, y solo 5 disminuyeron la velocidad al pasar por mi lado. El polvo no permite respirar bien así es que llevaba un buff puesto en la cara, además había que estar atento pues saltaban piedras que por fortuna siempre fueron a baja altura y solo golpeaban mis ruedas.

Cuando me quedaban como 10 km para llegar a Hornopirén, ya eran casi las 21 horas, y comencé a pensar que debía parar y acampar, pero estaba tan cerca de lograr llegar que opté por continuar, pensando en encontrar un buen lugar donde pasar la noche además de una buena cena. Ante la falta de luz, encendí las luces de la bici y me puse un chaleco reflectante. A mi lado pasaron un par de autos y me gritaron palabras de apoyo: “dale! Falta poco!” y eso me daba más ánimo para continuar.

Finalmente lo logré. Llegué a Hornopirén a las 21:30 hrs, con el último poco de luz. Al llegar, lo primero que hice fue preguntar dónde consigo pasajes para embarcarme en el transbordador hacia Caleta Gonzalo, y me indicaron que frente a la rampa del muelle estaban las oficinas, pero debía ir rápido pues estaban cerrando. Entonces me apuré más de lo que debía, y fue en ese momento que sentí un dolor en la rodilla derecha. Me preocupé, pues una lesión podía arruinar todo el viaje. Llegué a la oficina y la niña que atendía me dijo que volviera mañana, que ya estaba cerrado. Luego de eso, encontré alojamiento en una residencial, y luego de un buen baño fui a cenar a un restaurante cercano.


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